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Parte VIII

Después de estar una hora pegando a aquella superficie dura y gritar, insultar y llorar la piedra finalmente habló. No la oía fuera, sino dentro de mi mente. Me senté delante y escuché atentamente, he de decir, con la actitud escéptica de quien no se cree lo que le van a contar.


¿Has terminado de quejarte?, voy a explicarte como funciona esto.

-¿Cómo funciona el qué?

Tu vida imbécil, el por qué estás aquí hablando con una piedra.

-...

Imagínate que eres un libro en blanco y sobre él escribes tu vida. Sí sí, ya se que suena a metáfora trillada por los siglos de los siglos pero es para que lo entiendas mejor. Además no estamos sobrados de tiempo.

-...

Como te he dicho, somos un libro y escribimos en él. Pero por supuesto no somos los únicos, las personas con las que nos relacionamos, compartimos tiempo, queremos, odiamos, todos ellos. Todos ellos escriben en nuestro libro de una forma u otra.

-¿Dónde quieres llegar?

¡Cállate y escucha!, Somos nosotros los que les facilitamos la pluma en mayor o menor medida y de la forma en la que lo hagamos marcará la estructura y forma del libro. Hay gente a la que la damos una pluma de tinta y gente a la que le damos un lápiz sin afilar. ¿Y tú no eres tonto verdad?, ya sabes la diferencia que hay entre escribir en un taco de hojas con tinta o con un lápiz ¿no?. Pero no te creas que es tan sencillo, no todo son blancos y negros, al escribir también se puede apretar más o menos igual que la tinta puede traspasar a la hoja de abajo o igual que podemos emborronar las palabras con la mano en la que nos apoyamos.

- Sigo sin comprender a qué viene todo esto...

Una persona puede ponerse a leer su propio libro, mirar las páginas, leer su historia, pasar páginas y páginas. Entonces es cuando se da cuenta a quien le dio un lápiz y a quién le dio un boli. O simplemente pasar la mano por encima de las hojas y notar el relieve de las letras de quién escribió con fuerza o por el contrario intentar leer sin éxito las páginas escritas a suave lápiz. ¿Lo pillas?

- No lo se

A ver si vas a ser tonto y te estoy sobrevalorando..., en fin. Los bolis, lápices y demás son una parte fundamental pero no son todo. También importa la cohesión con la que se escriba, la importancia de las historias que otras personas escriban en nuestras hojas en blanco. Que le ayudes a escribir o por el contrario te limites a mirar como se queda sin punta su lápiz. Si tienes en cuenta esto y lo piensas bien entonces habrá páginas que marquen el resto de historias o páginas que puedas incluso quitar del libro y no cambiaran para nada la trama principal. ¡Quién sabe!, a lo mejor un día hasta abres el libro y te encuentras un borrón ilegible chico, o no te quedan páginas en blanco. Los libros al igual que el tiempo, son impredecibles.

- Muy bonito, ¿has acabado ya?.

No hay más tonto que el que no quiere comprender, algún día te darás cuenta y lo entenderás. Solo espero que no sea demasiado tarde..., aunque pensándolo mejor, soy una piedra y a mi esas cosas me traen sin cuidado.


Entonces me quedé solo ahí sentado. Permanecí sin decir nada, escuchando. Solo el viento y las hojas de los árboles al moverse. Metí la mano en mi bolsillo, saqué el móvil y marqué un número que me sabía de memoria.
Un tono, dos, tres..., nada. Me recosté y miré al cielo.

Lejos de allí en una habitación a oscuras un móvil vibraba encima de una mesa, la pantalla iluminaba la estancia. Sólo se oía el rasgar del papel, ella sentada en el borde de la cama arrancaba páginas de un libro.


Parte VII

Abrí los ojos pero no vi nada. Estaba oscuro y mi cabeza daba vueltas. Sentía una presión en la cabeza, no podía pensar con claridad. Oía gritos. Tenía frío, no podía moverme. Después de unos minutos mis ojos se acostumbraron a la oscuridad y vi donde estaba, encima de una mesa de piedra en una habitación oscura, mi cuello colgaba por el borde. Intenté incorporarme, me dolía todo el cuerpo. Los gritos no cesaban. Cuando puse incorporarme me senté encima de la mesa y miré a mi alrededor. Muros de piedra, humedad, una habitación pequeña. En la pared una estantería tallada con lo que parecía herramientas de acero y en frente un mueble bajo destartalado con vasos de metal, trapos y un cubo de agua. Dos velas se consumían a su lado.

Me acerqué a la puerta de la habitación, estaba cerrada, metálica. Alargué la mano para tirar de la manilla, antes de que mi mano la tocara... otro grito. Me detuve. Acerqué mi cara a la puerta para oír mejor, sin resultado, ahora no se oía nada. Pasé la mano suavemente por el borde, de arriba abajo hasta que encontré una irregularidad. Parecía que habían echo palanca y podía ver a través del hierro doblado. Al otro lado había un largo pasillo y al fondo una puerta abierta. Se veían siluetas caminando dentro de esa habitación. ¿Dónde estaba?.

Dejé de mirar y agarré la manilla, estaba fría, tiré hacia afuera. Sorpresa, la puerta se abrió. Antes de abrirla del todo miré por la rendija hasta que la sombra de la otra habitación desapareció. Salí al pasillo, la cabeza me palpitaba. Avancé lentamente, el suelo no crujía era de piedra. Caminaba con la mano apoyada en la pared, deslizándola lentamente, estaba muy oscuro. Al quinto paso sentí un gran dolor en mi mano, la aparté rápidamente. Luego noté el calor de la sangré corriendo lentamente por mi muñeca, oí las gotas caer al suelo. Me acerqué más a la pared para ver lo que había, era una ventana, estaba pintada de negro y agrietada por eso me había cortado. Los gritos en la habitación del fondo del pasillo volvieron. Puse la palma de mi otra mano sobre ella e hice una ligera presión.

Fue un error, la ventana cedió, se hizo añicos con un gran estrépito. Notaba como los trozos de cristal se clavaban en mi carne. Los gritos de la otra habitación cedieron, y oí como alguien corría. Me giré y vi una sombra acercarse rápidamente. No me lo pensé, puse un pié en la ventana y me impulsé. Tenía tanto miedo que me tiré por la ventana.

Después de unos segundos que me parecieron minutos mi cuerpo chocó contra el suelo. Dolor. Olor a hierba mojada, intenté incorporarme corriendo, el tobillo me dolía pero estaba tan nervioso que daba igual. Eché a correr hacia unos árboles, lo primero que vi. No paré de correr hasta que salí a una especie de claro. Y de repente la vi.

Estaba en mitad del claro, mirándome. Vaqueros gastados, llevaba el pelo suelto y una camiseta roja. Me dolía todo el cuerpo, no daba crédito pero lo primero que pensé fue ¿rojo?. Nunca la había visto llevar ropa de ese color y no me había dado cuenta hasta que se puso esa camiseta.
Ella me miró, su expresión era una mezcla entre confusión y un "llegas tarde". Avancé renqueante, ahora que había parado de correr me dolía más todo.

Ella no dijo nada, seguía mirándome de aquella forma y no se movía. La abracé, apoyé mi cabeza en su hombro y empecé a llorar. Estaba nervioso y no sabía que pasaba y no aguanté más. Después de unos segundos la solté, la había manchado de sangre. Solo se notaba en sus hombros donde no había tela, el rojo de su camiseta escondía el resto.

Entonces me dijo, -Tienes que hablar con la piedra-

Parte III

Un ruido lejano me despertó, de no haber sido por el ligero temblor que le acompañaba quizás no hubiera abierto los ojos. Me incorporé como pude y miré a través del hueco que quedaba entre las dos chapas que improvisaban nuestro refugio. Aún no había salido el sol del todo y el suelo estaba húmedo. Mi ojos entornados no alcanzaron a ver gran cosa, todavía no se habían acostumbrado a la claridad.


-¿Qué pasa?- oí a mi espalda. El hombre de barba se acababa de incorporar y me miraba con cara de sueño.

-No lo se, creo que he oído un ruido. No he sido el único - le respondí mientras cogía la chaqueta. - Voy a salir a echar un ojo, preparaos por si acaso.


El suelo estaba resbaladizo, caminé a paso ligero por el manto verde hacia una tienda cercana. Cuando estaba apunto de llegar unos gritos me sobresaltaron - ¡Están aquí! ¡Son ellos! - Dos muchachos bajaban a todo correr por una loma cercana. Me di la vuelta y vi al hombre de barba saliendo de la tienda, él y todo el campamento habían oído los gritos.

-¡Tenemos que irnos!- me gritó nervioso, pero yo no estaba dispuesto a irme de allí sin verlos. Desde el incidente no era capaz de recordar como eran ellos, apenas si recordaba los acontecimientos de unos meses atrás. En cambio los recuerdos de años pasados eran claros.


Me crucé con los muchachos, realmente tenían la cara desencajada de miedo. Juzgando su edad posiblemente era la primera vez que los veían pues ya no solían aparecer muy a menudo, tres o cuatro veces el último año y en sitios muy alejados. Aunque últimamente las cosas estaban cambiando, en el último mes esta era la segunda vez que venían.


Cuando llegué a lo alto de la loma me encaramé a unas piedras para poder asomarme y ver el valle cercano. Estaban resbaladizas, después de arrancar un par de terrones de musgo pude llegar arriba.


Entonces, a lo lejos, los vi. De repente un torrente de recuerdos vinieron a mi mente, como una corriente de agua. Metí la mano en el bolsillo de atrás del pantalón buscando algo con lo que verlos mejor. Allí solo había un cartón, lo tiré al suelo sin mirar, sin duda eran los restos de la cena de ayer. Busqué en mi otro bolsillo delantero y saqué un pequeño telescopio, era un foco de unos binoculares portátiles. Miré nervioso a través de él. Allí estaban, al otro lado de la retícula verde, como si buscaran algo. Arrancando restos del suelo de una antigua construcción, ajenos a todo.


Realmente eran impresionantes.


Parte II

La imagen me recordaba al antiguo circo romano, con todas esas galerías subterraneas abiertas que se veían desde arriba, como heridas profundas en la tierra. No sabía qué había sido antes el sitio en el que se encontraban, la verdad que podría ser cualquier cosa, un centro comercial, un parking , un estadio de fútbol..., era irreconocible. Ellos se llevaban todo. No tenían suficiente con destruir, también se llevaban los escombros. Por eso solo quedaban esas brechas en la tierra, testimonio de una gran edificación.


No podía dejar de mirar el agujero, el borde donde el suelo acababa y la alfombra verde de hierba se cortaba.


-¿Quieres volver a bajar?, no vamos a encontrar nada más ahí abajo. No somos los primeros - La voz me sacó de mis pensamientos y le miré. No había cambiado nada en diez años, la única diferencia era la barba.

-No que va, solo estaba relajándome. - Me levanté del suelo sin dificultad a pesar de llevar un buen rato con las piernas cruzadas. Solo un ligero adormecimiento en la pierna derecha. -Además con lo que te ha costado salir la primera vez seguro que te quedabas aquí abajo y tendríamos que venir a darte de comer- le dije en tono irónico.

Me miró y sin decir nada volvió sobre sus pasos.

Tal vez si que había cambiado algo, pensé mientras seguía sus pasos.


Después de caminar un rato llegamos a una explanada sembrada de pequeñas hileras de humo, era como un antiguo campamento de guerra romano pero mucho menos extenso, no habría más de diez.

Al acercarnos se empezaron a distinguir los refugios, pequeñas tiendas con materiales improvisados. Entramos en una. Dentro había una mujer, el hombre de la barba la besó y se sentó a su lado. -Esto es todo lo que había- dijo descolgando la bolsa de deporte de su espalda. La mujer abrió la bolsa y puso cara de disgusto.

-¿Más chocolate?, llevamos dos días comiendo esto.- Pero realmente sabía que no se podía quejar, cuando estuviéramos de vuelta ya comeríamos otras cosas más... “sanas”.

Me senté en frente de ellos y me quité la chaqueta. Al menos no hacía frío - Es cierto, solo había una máquina expendedora, estaba en la segunda planta (o sótano mejor dicho), debajo de un techo caído. Tuvimos suerte- Estiré el brazo y rebusqué dentro de la bolsa, saqué un Toblerone para cenar. El hombre de la barba cogió un Snickers y la mujer un Kit-Kat. El chocolate estaba blanquecino, pero aún así conservaba su sabor. Traté de disfrutar del Toblerone, me traía viejos recuerdos.


Después de cenar jugaron un poco a las cartas y se durmieron. Aún no había oscurecido del todo pero mañana tenían que regresar y sería un viaje largo.

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