Pingüinos pilotos
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Parte III
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Un ruido lejano me despertó, de no haber sido por el ligero temblor que le acompañaba quizás no hubiera abierto los ojos. Me incorporé como pude y miré a través del hueco que quedaba entre las dos chapas que improvisaban nuestro refugio. Aún no había salido el sol del todo y el suelo estaba húmedo. Mi ojos entornados no alcanzaron a ver gran cosa, todavía no se habían acostumbrado a la claridad.
-¿Qué pasa?- oí a mi espalda. El hombre de barba se acababa de incorporar y me miraba con cara de sueño.
-No lo se, creo que he oído un ruido. No he sido el único - le respondí mientras cogía la chaqueta. - Voy a salir a echar un ojo, preparaos por si acaso.
El suelo estaba resbaladizo, caminé a paso ligero por el manto verde hacia una tienda cercana. Cuando estaba apunto de llegar unos gritos me sobresaltaron - ¡Están aquí! ¡Son ellos! - Dos muchachos bajaban a todo correr por una loma cercana. Me di la vuelta y vi al hombre de barba saliendo de la tienda, él y todo el campamento habían oído los gritos.
-¡Tenemos que irnos!- me gritó nervioso, pero yo no estaba dispuesto a irme de allí sin verlos. Desde el incidente no era capaz de recordar como eran ellos, apenas si recordaba los acontecimientos de unos meses atrás. En cambio los recuerdos de años pasados eran claros.
Me crucé con los muchachos, realmente tenían la cara desencajada de miedo. Juzgando su edad posiblemente era la primera vez que los veían pues ya no solían aparecer muy a menudo, tres o cuatro veces el último año y en sitios muy alejados. Aunque últimamente las cosas estaban cambiando, en el último mes esta era la segunda vez que venían.
Cuando llegué a lo alto de la loma me encaramé a unas piedras para poder asomarme y ver el valle cercano. Estaban resbaladizas, después de arrancar un par de terrones de musgo pude llegar arriba.
Entonces, a lo lejos, los vi. De repente un torrente de recuerdos vinieron a mi mente, como una corriente de agua. Metí la mano en el bolsillo de atrás del pantalón buscando algo con lo que verlos mejor. Allí solo había un cartón, lo tiré al suelo sin mirar, sin duda eran los restos de la cena de ayer. Busqué en mi otro bolsillo delantero y saqué un pequeño telescopio, era un foco de unos binoculares portátiles. Miré nervioso a través de él. Allí estaban, al otro lado de la retícula verde, como si buscaran algo. Arrancando restos del suelo de una antigua construcción, ajenos a todo.
Realmente eran impresionantes.
Parte II
- 11:24
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La imagen me recordaba al antiguo circo romano, con todas esas galerías subterraneas abiertas que se veían desde arriba, como heridas profundas en la tierra. No sabía qué había sido antes el sitio en el que se encontraban, la verdad que podría ser cualquier cosa, un centro comercial, un parking , un estadio de fútbol..., era irreconocible. Ellos se llevaban todo. No tenían suficiente con destruir, también se llevaban los escombros. Por eso solo quedaban esas brechas en la tierra, testimonio de una gran edificación.
No podía dejar de mirar el agujero, el borde donde el suelo acababa y la alfombra verde de hierba se cortaba.
-¿Quieres volver a bajar?, no vamos a encontrar nada más ahí abajo. No somos los primeros - La voz me sacó de mis pensamientos y le miré. No había cambiado nada en diez años, la única diferencia era la barba.
-No que va, solo estaba relajándome. - Me levanté del suelo sin dificultad a pesar de llevar un buen rato con las piernas cruzadas. Solo un ligero adormecimiento en la pierna derecha. -Además con lo que te ha costado salir la primera vez seguro que te quedabas aquí abajo y tendríamos que venir a darte de comer- le dije en tono irónico.
Me miró y sin decir nada volvió sobre sus pasos.
Tal vez si que había cambiado algo, pensé mientras seguía sus pasos.
Después de caminar un rato llegamos a una explanada sembrada de pequeñas hileras de humo, era como un antiguo campamento de guerra romano pero mucho menos extenso, no habría más de diez.
Al acercarnos se empezaron a distinguir los refugios, pequeñas tiendas con materiales improvisados. Entramos en una. Dentro había una mujer, el hombre de la barba la besó y se sentó a su lado. -Esto es todo lo que había- dijo descolgando la bolsa de deporte de su espalda. La mujer abrió la bolsa y puso cara de disgusto.
-¿Más chocolate?, llevamos dos días comiendo esto.- Pero realmente sabía que no se podía quejar, cuando estuviéramos de vuelta ya comeríamos otras cosas más... “sanas”.
Me senté en frente de ellos y me quité la chaqueta. Al menos no hacía frío - Es cierto, solo había una máquina expendedora, estaba en la segunda planta (o sótano mejor dicho), debajo de un techo caído. Tuvimos suerte- Estiré el brazo y rebusqué dentro de la bolsa, saqué un Toblerone para cenar. El hombre de la barba cogió un Snickers y la mujer un Kit-Kat. El chocolate estaba blanquecino, pero aún así conservaba su sabor. Traté de disfrutar del Toblerone, me traía viejos recuerdos.
Después de cenar jugaron un poco a las cartas y se durmieron. Aún no había oscurecido del todo pero mañana tenían que regresar y sería un viaje largo.
[...]
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Y dame un fanta
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Sin madalenas en el armario
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