Nos quitamos las pistoleras de los costados antes de salir del coche. Guardé la mía debajo del asiento y me metí la pistola por detrás de la pierna justo debajo de la camisa. Nos miramos y salimos a la calle sin decir nada. Estaba oscuro y sin la luz de las farolas apagadas era difícil ver más allá de la otra acera. Cuando llegamos al local parecía que no hubiera nadie, unas espesas cortinas negras tapaban las pocas ventanas que tenía. Sin parar mi compañero dio unos golpecitos en una ventana, giré la cabeza y pude ver unos hombres jugando a las cartas por el resquicio que quedaba entre la pared y la cortina.
- ¿qué haces? - no entendía para que hacía aquello. -Nada, solo molestar- me dijo mientras abría la puerta.
El sitio no era muy distinto a la calle, salvo por el calor y el humo. Había muy pocas luces y el suave jazz llegaba a todos los resquicios de la sala. Los hombres seguían jugando a las cartas como si nada mientras íbamos al extremo opuesto del lugar. Colgamos los abrigos en un perchero y nos sentamos en un par de sillas, al lado de una butaca roja que hacía esquina de la sala. Una pequeña mesa baja cerraba el círculo. En la mesa había un vaso con mucho hielo medio terminar de un líquido rojo que no lograba identificar. Antes de que empezáramos a hablar una camarera rubia se acercó, - ¿qué van a tomar los caballeros?, la forma en la que lo dijo era extraña, como quién se intenta insinuar pero de manera robótica. - Dos cervezas- dijo mi compañero. La rubia se fue sin antes mirarnos de arriba abajo. Un poco surreal pensé.
Acerqué mi mano al vaso con la intención de cogerlo para ver lo que era pero antes de que pudiera hacerlo sentí algo en la pierna. Un gato gris se estaba frotando sin mirarme, no comprendía como podía haber un animal dentro. Me dispuse a decírselo a la camarera hasta que reparé en que tenía un arnés atado a la butaca roja. Lo aparté de mí, se quedó mirándome. Mi compañero dio un suspiro y se levantó - voy al baño, ahora vengo - Se fue. El gato no paraba de mirarme, me sentí incómodo así que me levanté. Saqué la caja metálica de mi abrigo colgado en el perchero, la abrí y saqué un cigarrillo. Me volví a sentar en la silla, notaba el frío de la pistola en la piel. Cuando fui a encenderme el cigarrillo una sombra renqueante se acercó. Cuando estuvo más cerca pude ver que era una señora vieja, apartó la silla de mi compañero para pasar y se sentó en la butaca. Mi silla quedaba muy cerca así que me aparté un poco sin levantarme. La vieja ni me miró, solo se sentó y acarició al gato. ¿Pero qué demonios pasa esta noche? pensé ante la situación. Después de mi segundo intento pude encender el cigarro. Inspiré el humo, noté como me llenaba los pulmones de alquitrán. Cerré los ojos y después de contener un rato la respiración lo exhalé lentamente. Una voz hizo que abriera los ojos - Joven, ¿sería tan amable de apagar el cigarro?.