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La forma del destino normalmente sólo coloreaba, de forma monótona y silenciosa, el borde de su vida, como un sonido de fondo grave. Era raro que le recordara su existencia. Pero, en algunos casos (no podía saber cuáles porque no parecía seguir pauta alguna), esa fuerza aumentaba y lo conducía a una renuncia profunda parecida a la parálisis. En esos casos no había más remedio que dejarse llevar por la corriente, abandonándolo todo. Porque él sabía por experiencia que, hiciera lo que hiciese, pensara lo que pensase, la situación no se alteraría un ápice. El destino se lleva siempre su parte y no se retira hasta obtener lo que le corresponde. Estaba convencido de ello.
Pero esto no significaba que fuera una persona pasiva, poco vital. Era más bien un hombre decidido, que se esforzaba en llevar adelante sus determinaciones.
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Por decirlo de alguna forma, no era el típico fatalista que la gente imagina. Sin embargo, desde pequeño, jamás tuvo la sensación real de haber tomado, por propia iniciativa, una resolución. Sentía que era el destino quien, a su antojo "le hacía tomar la decisión". Aunque pensara, en primer lugar, que había tomado una resolución por propia voluntad, más tarde acababa por darse cuenta de que una fuerza externa le había hecho decidir de ese modo. Simplemente se había puesto el hábil disfraz del "libre albedrío". Una especie de cebo para amansarlo. Pensándolo bien, las cosas que él decidía por propia iniciativa eran sólo trivialidades sobre las que, en realidad, no había necesidad de tomar decisión alguna. Se sentía como un rey nominal, un rey que sólo pusiera el sello del estado sometido a la voluntad de un regente que en su mano detentara el poder real.
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H.M.